domingo, 5 de septiembre de 2010

¿QUE SUCEDE CON LOS HERMANOS RETIRADOS?

SEGUIR A MARCELINO,
Hermanos Maristas retirados y su vocación laica

Pertenezco desde hace varios años a diversos grupos de encuentro formados por compañeros que algún día vivimos en las casas de formación, vestimos los hábitos o incluso profesamos como maristas y que nos retiramos en su oportunidad y que tenemos, a pesar de que en su mayoría hemos creado nuestro propio estilo de vida, sea en la formación de una nueva familia, en la vida sacerdotal o en el celibato (o soltería empedernida), una serie de rasgos que nos hermanan y nos ligan a ese maravilloso estilo de Marcelino, que finalmente lleva al seguimiento de Cristo.

Como el grano de trigo que al morir da mil frutos, la semilla depositada en aquellos entusiastas corazones, que un día abrazaron la vida religiosa y vieron truncados sus anhelos de servicio dentro del Instituto Marista, en la mayoría de los casos ha florecido y ha dado el ciento por uno en el derrotero de la vida que el Señor les tenía destinada a cada cual.

Asistimos así a un verdadero fenómeno eclesial, y a un verdadero misterio de la propagación del Evangelio a través de estructuras a veces muy difíciles de identificar. Es un hecho que al abandonar la estructura de la comunidad marista, el mensaje del Evangelio, y en particular la interpretación marista, hecha por Marcelino, han llegado por este proceso a muy diversos ambientes y han impregnado de su esencia los más increíbles ámbitos.

Se distinguen varios fenómenos dignos de analizar y de redimir. Estoy convencido de la importancia que tiene el cúmulo de experiencias y sobre todo de vivencias que atesora cada una de las historias personales de todos nosotros, los “ex frailes” (jamás ex maristas), y más aún, estoy plenamente seguro de que todavía no se ha podido identificar y aprovechar el potencial y la riqueza de toda esa actividad realizada por los hermanos y compañeros retirados y que verdaderamente han encontrado su verdadera vocación cristiana fuera del Instituto, y que habría resultado imposible sin esos años de juventud en los que se forjaron los valores, se establecieron los ideales y se marcaron con tinta indeleble en nuestro corazón los colores de la fraternidad marista; auténtica vocación seglar que también se podría haber perdido, quedando dentro de una estructura que no nos correspondía.

En las presentes líneas me permito hacer un análisis de estos fenómenos.

Descubro en primer lugar muy diversas actitudes entre los que salimos del Instituto. Es necesario e indispensable asumir estas diferencias, para poder construir y avanzar como una comunidad nueva en busca de la Voluntad de Dios.

En particular, para los que deseamos fortalecer y reivindicar este grupo y convertirlo en un auténtico movimiento de servicio a la Iglesia, es fundamental aceptar en toda su plenitud a todos y cada uno de los compañeros y entender que su motivación personal es válida y respetable y que el único camino para unirnos, es aceptándonos en las condiciones actuales, mirando hacia el futuro y sin cortapisas.

El grupo de los que no quieren saber nada

En un primer grupo hay muchos que dicen abiertamente no querer saber nada más en su vida de todo aquello que tenga que ver con la vida religiosa marista…

No debemos juzgar a estos compañeros que han atravesado profundas crisis, sólo ellos conocen en el fondo de su corazón el verdadero significado de su propia experiencia y si hoy no quieren saber nada del mundo marista es no solo por una razón válida, sino por una convicción personal.

El grupo de los indiferentes

Otro grupo es el de los escépticos, si bien aceptan la posibilidad de una sana convivencia en el presente, se rehúsan a creer que pueda ser posible una actividad que realmente valga la pena más allá del reencuentro superficial con los viejos camaradas.

El grupo de los reconciliados con la amistad

Una tercera actitud está en la mayoría de nosotros y tiene que ver con la aceptación gustosa de todo aquello que tenga que ver con los aspectos emotivos, las remembranzas de anécdotas, el reencuentro con los viejos amigos, la camaradería y el hallazgo de gente que compartió y que entiende una parte de la historia de nuestra vida, y si aceptan compartir es por el gusto de recordar y de revivir agradables aspectos del pasado, en ocasiones quieren reafirmar su imagen, o incluso restablecer antiguas amistades y buscan tener oportunidad de orar y de sentir la presencia de Dios. Viven intensamente los momentos de las convivencias como un oasis, donde la fantasía del recuerdo se vuelve realidad, y por un momento, el pasado vuelve a cobrar vida y color, la sangre circula por las venas y en esas viejas amistades profundas e imperecederas, ven el reflejo de un pasado lleno de luz, llenan su corazón de entusiasmo y juventud, ”se recargan las pilas”

Desean saber noticias de los amigos o de los hermanos y de las nuevas obras, tanto de los hermanos como de los compañeros, para estar enterados, para sentirse actualizados,


Entre los pertenecientes a estos grupos, no se perdona la foto del recuerdo, el brindis, algún discurso elocuente y el canto de la salve. En todos estos signos se materializa y se reaviva ese aspecto emotivo, vivificante que “vuelve a llenar el tanque de gasolina” y que motiva a seguir adelante.

Otra forma de clasificación

Antes de proseguir debe acotarse tres grandes grupos o categorías que se empalman con las actitudes anteriores:
- aquellos compañeros que tarde que temprano fueron a parar sirviendo en los colegios maristas
- los que definitivamente cortaron el cordón umbilical y se decidieron a emprender nuevas rutas en busca de nuevos derroteros…totalmente al margen del sistema educativo marista, sea trabajando en otros colegios, fundando sus propios colegios o bien
- incursionando en otro tipo de actividades profesionales


También encontramos casos de presbíteros y diáconos, consagrados antes a la vida religiosa y que ahora abrazan la función ministerial dentro de la Iglesia, encontramos que esta es una minoría.


El matrimonio cristiano es finalmente el estado de vida que normalmente todos abrazamos. La realidad de la elección y el encuentro con la compañera de nuestra vida, la presencia de los hijos y las nuevas y maravillosas obligaciones de la paternidad, son experiencias que definitivamente todos encontramos de manera independiente y en un ambiente ajeno al Instituto. En muchos casos, la recepción del sacramento, nos marca definitivamente el nuevo derrotero y nos conduce directa y obligatoriamente a un nuevo estilo de vida como cristianos.

El aspecto positivo es que este cúmulo de experiencias, únicas y exclusivas de quienes aceptaron el reto de volver a iniciar con un nuevo estilo de vida, nos hace más fuertes y más sabios, más humildes y más respetuosos del esfuerzo de los demás; poca gente tiene la oportunidad de abrirse paso por sí mismo cuando se enfrenta en la madurez a un mundo nuevo. Lamentablemente, por otro lado hermanos hay que perseveran dentro de la duda que les quema la entrañas y que viven de manera mediocre un compromiso impuesto más por la conveniencia que por el aplomo y la confianza en Dios.

La diversidad en la unidad

Recordando la infinidad de historias personales entre toda esta comunidad de los que vivimos un día bajo el techo marista y que hoy nos unimos con el común denominador de ser “los que nos hemos retirado”, también encontramos una gran diversidad en el aspecto estrictamente histórico. No es lo mismo la experiencia religiosa que pudo tener un “junior” que permaneció sólo dos o tres años en la secundaria, a un hermano profeso que se retiró teniendo votos perpetuos… No pueden tener las mismas vivencias aquellos que tuvieron la experiencia de vivir en comunidades, al frente de un salón de clase, a los que sólo llegaron al postulantado o noviciado. No es lo mismo hablar con aquellos que vivieron su formación como religiosos en los años anteriores al concilio Vaticano II que los que la vivieron en los tiempos postconciliares o los que vivieron el antes y el después del Concilio. Los que llegaron a cursar incluso la carrera completa de Teología a los que toda su instrucción se basó en pláticas sobre la historia del Instituto y la vida de San Marcelino…

Sin embargo un fenómeno se da, sin lugar a dudas, y es que independientemente de la época, la instrucción, las vivencias o los formadores en turno: todos reconocemos una única raíz y una misma formación que tiene rasgos y características únicas y perfectamente identificables… la mayor de ellas es sin duda la fraternidad, una fraternidad que se finca sobre los principios de la unidad, la igualdad, la solidaridad, la modestia y la sencillez: por otra parte una disciplina sólida y un gran amor por el trabajo, la inclinación natural a ser buenos profesores, excelentes amigos y personas con iniciativa y responsabilidad. En el aspecto religioso, todos tenemos en común el seguimiento a las enseñanzas del Evangelio, donde Cristo ocupa el centro de nuestra fe, el amor a Nuestra Buena Madre, como modelo e intercesora y asumimos además veneración y respeto por nuestro Marcelino, la mayoría frecuentamos los sacramentos y cumplimos con nuestros deberes religiosos convencionales.

Todo lo anterior redunda para nosotros en aquella meta del fundador de formar “buenos cristianos y virtuosos ciudadanos”, pero sobre todo nos permite con una extraordinaria facilidad sintonizar entre nosotros, armar equipos y trabajar unidos cuando se nos presentan objetivos claros que apunten hacia la construcción del Reino de Dios.

La quinta actitud

Es muy difícil definir en medio del sustrato de esas cuatro actitudes antes descritas, de la diversidad histórica y el amplio abanico de las actividades que hoy nos permiten sobrevivir, una realidad que se vuelve intangible en el momento de tratarla de atrapar y es la que se refiere a lo que yo llamo “la quinta actitud”… me refiero precisamente a todo ese deseo profundo de asumir la realidad actual y de redescubrir en ella, la presencia y la voluntad de Dios.

Lo maravilloso es que en esa actitud, en esta realidad, viven y están presentes todos esos compañeros que buscan como nosotros mismos en lo particular, referencias, para confirmar que el camino que hemos tomado es válido, que buscan la amistad profunda, que renuevan el compromiso cristiano y que siguen amando con toda lozanía y entereza, desde sus propias trincheras, el estilo de vida de Marcelino.

La quinta actitud es pues, seguir a Marcelino… y no porque se pudiera tener la ilusión de que nuestra vida actual tratara de interpretarse como una forma de vida religiosa… por el contrario, nuestra vida actual demuestra que la vida laica, totalmente inmersa en la cotidianeidad de la vida diaria, común y corriente, difícil de diferenciar de la de cualquier otro padre de familia, compañero de trabajo, vecino o conocido, puede llevarse a cabo sin perder los elementos básicos de la formación cristiana y que no dejan de asociarse al espíritu, la manera, el estilo y la forma de Champagnat.

Quiero hacer énfasis en diferenciar con toda claridad la enorme distancia entre la espiritualidad de San Marcelino y el quehacer de los hermanos maristas.

La espiritualidad de San Marcelino es universal, orientada fundamentalmente al servicio de la Iglesia y tiene por objeto seguir a Cristo bajo el modelo de María. Por otra parte, los hermanitos de María fueron fundados para desarrollar un trabajo específico, que es la educación cristiana (integral) de la juventud, formando para ello, una gran familia de hombres consagrados (bajo el esquema de los tres votos) y que viven en pequeñas comunidades de acuerdo a las necesidades del apostolado.

Por supuesto que los hermanos tienen entre su acervo más importante la esencia del espíritu que el padre Champagnat quiso infundir en la congregación que él fundó… sin embargo al analizar y desagregar los elementos que constituyen esa “espiritualidad”, tenemos que enfrentarnos con una realidad, en donde encontramos factores que no necesariamente tienen que estar asociados con la vida religiosa tal como la concebimos en nuestros días, y que pueden seguir perfectamente todos los laicos.

Elementos que a través de sus propias vivencias, esta generación de ex hermanos ha tenido que rescatar personalmente y hacer suyos para poder sobrevivir como cristianos…

Para Marcelino, y los hermanos de su tiempo, por supuesto que constituía una misma cosa, una sola entidad de vida y un compromiso único su trabajo su vida y su oración, donde la pobreza, el espíritu de servicio, el espíritu fraterno y la enseñanza de la religión y de las primeras letras cobraba una importancia tan real y definitiva, que constituía el sentido de su existencia…

El dia de hoy, vivimos un mundo disgregado, des agregado, disperso, donde por cinco minutos vivimos el papel de profesionistas, por cinco minutos el de esposos, por cinco el de padres de familia o de maestros, etcétera, en este panorama, todas estas piezas o elementos de la espiritualidad de Marcelino se convierten en herramientas que nos ayudan a darle coherencia a nuestra vida. Es necesario recuperar los valores esenciales, que permitan dar continuidad a nuestra propia existencia cotidiana adentro y afuera de la Congregación

No podemos dejar atrás esa formación marista, pero tampoco podemos aferrarnos a la condición de la estructura religiosa. Tampoco podemos ser “hermanos” por unos cuantos momentos, durante el tiempo que duran las reuniones o convivencias, o sólo cinco minutos al día si es que acostumbramos un rato de oración directa.

Al igual que la diáspora de los judíos alemanes en tiempo del nazismo, permitió el redescubrimiento de la identidad de los auténticos valores judíos en las nuevas comunidades formadas en el resto de Europa, en América y en todo el mundo, la tremenda exfoliación a la que dio origen el Concilio Eucuménico en el seno de la Iglesia Católica, la hégira de los claustros y conventos, ha provocado el replanteamiento de la vida cristiana laica.

La Iglesia de todo el mundo, y no puede ser la excepción, la Congregación Marista, ha vuelto los ojos a la función de los laicos, como la materia prima con la que se construye la Iglesia.


Hacia un nuevo concepto del laicado

La mayoría de nosotros conservamos un esquema en el que pensamos que los laicos son el selecto grupo de las amistades privadas de los presbíteros… y en el ambiente escolar de los colegios maristas, etiquetamos con las palabras de “seglares” a los profesores externos y a un selecto grupo de entre los padres de familia que se acercan a colaborar en algunas actividades de pastoral o de promoción escolar.

Al hablar de que la Iglesia necesita de los laicos, y que la Congregación promueve la acción de los laicos, asociamos automáticamente en nuestra imaginación a un grupo de personas que “ayuden” a los hermanos o al clero a realizar “sus” tareas específicas… Pensamos en el “club de los amigos de los frailes o los curas”… pero que no dejan de ser de segunda categoría frente a los ministros y los religiosos consagrados. Caricaturizamos a las “damas de la vela perpetua”, a los “caballerangos de colon” o a un grupo de catequistas a go go que cotorrean todos los sábados buscando novio…

Lo anterior provoca una división en el seno de la Iglesia. Una clasificación arbitraria que nada ayuda a construir el Reino, porque crea una distinción entre los que pertenecen al “club” y los cristianos de la tropa. Los que colaboran con las “sagradas” funciones de los consagrados y los que realizamos tareas ordinarias, que nada tienen que ver con la construcción del Reino. Es preciso cambiar esa actitud.

Si la Iglesia es la comunidad de todos los que han sido bautizados, debemos entender que la Iglesia es fundamentalmente laica… el clero y las comunidades religiosas no dejan por ningún momento de ser esencialmente laicos, su consagración y su modo de vida al servicio de la gran comunidad del pueblo de Dios, los coloca en un mayor nivel de compromiso de servicio, compromiso que nace de su conciencia de estar bautizados y de ser laicos… la estructura del clero y de las familias religiosas permiten una organización más eficaz y una representatividad ante la sociedad civil pero no pierden su calidad esencial siendo laicos.

Sólo por convención aceptamos el uso de la palabra “laico” o “seglar”, para diferenciar entre aquellos católicos destinados al ministerio o a la vida religiosa de servicio y los católicos que edifican estructuras sociales de justicia, unidad y armonía y amor en el mundo -comenzando por trabajar en la formación e integración de la familia- , al margen de la organización clerical.

Privilegio y compromiso

Por lo anterior, al abandonar la estructura de las familias religiosas, todos los ex frailes, pueden abrazar con plena libertad su carácter laical, nuestra formación nos coloca en un papel privilegiado y una responsabilidad social ineludible. Nuestro laicado, que brota de nuestro bautismo y de nuestra asidua vida sacramental, cobra una dimensión evidentemente profética al integrarse en las estructuras ordinarias de la comunidad seglar, gracias a los dones recibidos en nuestra formación.

Lo anterior nos obliga a replantear para la vida diaria en una estructura ajena a la comunidad religiosa marista, los elementos que dan vida a nuestro cristianismo, al estilo propio, es decir, al estilo que la formación que un día recibimos, nos induce a vivir en plenitud nuestro bautismo.

Seguir a Marcelino no puede dejar de ser prioritario en nuestra vida. Y es necesario retomar los aspectos que puedan constituir los puntales de esta nueva estructura de vida espiritual fuera de la organización marista. No se trata de apuntalar o reforzar las estructuras creadas por y para la institución marista… El Instituto tiene sus propios soportes sus propias metas y objetivos y hasta sus propias crisis y sus propios instrumentos para seguir y desarrollar el carisma a él encomendado y sus miembros deben ser respetados y apoyados pero nunca interceptados.

Los maristas retirados debemos apuntalar nuestro propio desarrollo, (sea en lo personal o en la identificación con cualquier tipo de grupo, movimiento o asociación), al margen de la gran institución religiosa marista.

Es importante resaltar que no se trata de crear una rivalidad sino de asumir una forma alternativa específica y motivada directamente con la inspiración del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, directamente enfocada a nuestra propia condición de “retirados”, en el aquí y el ahora de lo que nos ha tocado vivir y de la enorme responsabilidad que tenemos en nuestras manos, originada en nuestra trayectoria personal. Dios nos ha colocado donde desea que demos fruto.

Nuestro estilo de vida corresponde a una enorme diversidad de acción, a una absoluta madurez en los propósitos y las metas, a una irrestricta independencia en los proyectos personales, pero a la vez establece una red espiritual más contundente y sólida que tiene por objeto seguir las enseñanzas de Marcelino aplicadas a nuestra vida diaria, y que se refleja en el encuentro y solidaridad con el compañero y el amigo que se encuentra en nuestras mismas condiciones. En eso consiste la esencia de ser Laico Marista, en aplicar la Caridad Cristiana, al estilo de Marcelino en proyectos concretos y específicos que pongan de manifiesto el Amor a Cristo, nuestra fé, y hagan presente la vida del mundo futuro, construyendo el Reino de Dios.

Por difícil que sea decirlo, todos aquellos hermanos retirados que continúan al servicio de la organización del Instituto Marista, o de cualquier instituto religioso, deben cobrar conciencia de su verdadera identidad como laicos, antes que maristas: en primer lugar cristianos comprometidos, sin olvidar su carácter de hombres libres.

Para muchos, que perseveran en las actividades pedagógicas o administrativas de algún plantel marista o no, debemos recordar que son servidores temporales, empleados, asalariados o patrones, sometidos a un contrato laboral que deben honrar como cualquier profesionista y frente a las instituciones, exigir sus derechos y cumplir sus obligaciones conforme a la ley. Esto se aplica a cualquier tipo de actividad profesional en cualquier ámbito. Y es precisamente el medio para que podamos desarrollarnos como personas y a través de nuestro trabajo colaborar en la construcción del Reino.

Bajo esta perspectiva, no debemos olvidar que mientras para un hermano (o religioso) lo fundamental es la vida comunitaria y las obras de su Instituto, para nosotros en nuestra vida actual, lo más importante es el bienestar de nuestra familia y los grandes proyectos que emanan de nuestra relación de pareja y de la educación y desarrollo de nuestros hijos en el marco de la función de la familia dentro de la Iglesia.

Obedecemos como cualquier otro cristiano directamente a la autoridad de nuestros señores obispos a través de las indicaciones de nuestro párroco… participamos en Iglesia y como tales, llevamos una actitud positiva frente a nuestras fuentes de trabajo, familias, proyectos y actividades apostólicas, en su caso.

No estamos solos

El grupo de los “hermanos retirados” aunque es de hecho un fenómeno muy especial, no representa por supuesto a la gran comunidad de fieles cristianos que han tomado a Marcelino como su guía espiritual. Miles de alumnos, padres de familia y profesores de los colegios, familiares y personas que accidentalmente han conocido la vida y obra de Champagnat han moldeado su vida bajo sus directrices sin necesidad de abrazar el hábito religioso.

Estimar que fuera del Instituto los hermanos retirados somos los únicos o los poseedores de toda la herencia de nuestro querido padre Marcelino, sería demasiado arrogante y limitativo.

Los mismos hermanos tienen entre sus consignas muy específicas el integrar a estas comunidades de fieles que desean como nosotros, preservar el espíritu del carisma de Marcelino y llevarlo hasta sus últimas consecuencias dentro de su vida laica. El Espíritu sopla donde quiere y en la actualidad encontramos en todo el mundo a cientos o miles de hombres y mujeres comprometidos con este estilo particular de vida.

Es el momento de integrarnos a este movimiento internacional y buscar los esquemas más adecuados para poder sumar fuerzas, poniendo a la disposición de los que ya han caminado en este sendero, todas nuestras energías. No podemos sentirnos aislados ni manejarnos por los atajos de las prerrogativas históricas que a veces parece que nos cautivan o que pretendieran ponernos en una condición especial. El hecho de haber tenido la oportunidad de beber directamente de la fuente, lejos de hacernos diferentes, nos compromete a asumir una gran responsabilidad frente a nuestros compañeros seglares seguidores de Marcelino.


Es precisamente por esto que hemos intentado iniciar este trabajo describiendo las diversas actitudes que polarizan y que dispersan nuestras voluntades y nuestras acciones… “yo soy del grupo de fulano” “yo pertenezco a la generación de zutano”, “yo soy del grupo que se reúne en tal o cual ciudad o tal y cual fecha”… basta ya de detenernos en la visión del árbol cuando podemos ver el enorme horizonte del bosque a nuestros pies.

La quinta actitud, ese deseo profundo de asumir la realidad actual y de redescubrir en ella, la presencia y la voluntad de Dios para los que deseamos fortalecer y reivindicar este grupo de hermanos retirados y convertirlo en un auténtico movimiento de servicio a la Iglesia, debe convertirse en una fraternidad real, abierta y dinámica

Esta fraternidad debe construir sus propios canales de comunicación, definir objetivos concretos, proponer métodos de trabajo y auto evaluación y por supuesto trabajar en proyectos específicos muy por encima de los intereses personales o los sueños de cada uno de nosotros. Debe partir de la convicción personal, del encuentro con Dios a través de nuestros viejos hermanos, de una vida sacramental en la que el matrimonio, la reconciliación y la eucaristía formen parte fundamental de nuestra vida diaria.

Lo anterior permitirá establecer una red espiritual más contundente y sólida y que tenga por objeto seguir las enseñanzas de Marcelino aplicadas a nuestra vida diaria.

LA FRATERNIDAD BASILIO RUEDA

A su regreso de Europa, al terminar su servicio como Superior General, el Hermano Basilio, hoy Siervo de Dios, tuvo entre sus propòsitos más importantes, el consituir en México un movimiento totalmente laico, para lelo a la vida de las escuelas a través del cual se pudiera expandir el carisma de Marcelino hacia todos los ámbitos de la vida cristiana, en particular la FAMILIA.

Con ese propósito, empezó por invitar a todos sus amigos: exalumnos, padres de familia, profesores de los colegios, etcétara y por supuesto, dentro de este grupo estaban los viejos compañeros que un día habían pertenecido a la Congregación.

Este maravilloso grupo se integró de una manera casi "natural" bajo la potestad del carisma asumido por el hno Basilio, y se sentaron las bases para lograr un trabajo fructífero y actual, lleno de compromiso personal, de reencuentro con la vocaciòn personal y con el estilo Marista. Se trataba del Movimiento Champagnat de Familia Marista.

Después de que Basilio partió hacia el Padre, el grupo continuó trabajando, madurando y fortaleciéndose. Este grupo adoptó el nombre de "Fraternidad Basilio Rueda", y posteriormente, las reuniones en vez de ser en la Quinta Soledad, pasaron a realizarse en el Colegio Mèxico de Mèrida 50... así también se integró la Fraternidad Juan Pablo II, en el Instituto México.

Hoy, habiendo entrado al siblo XXI, después de que nuestro San Marecelino ha sido canonizado y en un contexto en el que la Iglesia se ha volcado hacia el trabajo de los laicos,

QUE SE PRETENDE HACER DENTRO DE ESTE MOVIMIENTO?

El Carisma de Marcelino Champagnat es Universal, y es preciso que llegue a todos cristianos. En sus orígenes fueron sus portadores unos jóvenes que fueron capacitados para ir a enseñar a otros jóvenes... Marcelino crea una estructura de FAMILIA para poder dar cohesión a su movimiento y a su ideal...; en la actualidad, se pretende nuevamente crear células desde donde pueda IRRADIARSE ese mismo carisma, y que funcione por medio de laicos que lleven a Champagnat a sus propias familias y a sus propios ambientes y espacios de trabajo, diversión y cultura.
Las fraternidades funcionan cuando un grupo de personas con diversos intereses, formaciones, obligaciones y espectativas, descubren un comùn denominador, en el encuentro con el carisma de Marcelino.
Los pasos par aaprovechar este llamado son muy sencillos, hay que conocer a los demás miembros de esa comunidad, hay que descubrir cómo ellos encontraron a Marcelino, y hay que compartir lo que de Él se ha recibido y aprendido... y ya que son los hermanos maristas, los depositarios "oficiales" del carisma, es preciso que se actúe bajo la directiva y en perfecto acuerdo con un representante de la congregación... por supuesto que la aplicación para la vida diaria será responsabilidad de la propia fraternidad, los hermanos no pueden tener la visión que tenemos los seglares, porque no tienen las obligaciones del matrimonio, de los hijos, el trabajo, la vida politica y social etc.
El "carisma" ha sido estudiado, desagregado, analizado y practicado por 200 años.. PERO en esta nueva etapa del mundo en que vivimos, es necesario APLICARLO... la juventud ha cambiado, los medios de comunicación, la computadora, las sociedades, la forma de vivir la vida se trasforma de manera vertiginosa, pero los principios que rigen el corazón humano son los mismos.
La primera misión de las fraternidades es en sevicio de la Iglesia Local... es decir de las respectivas Parroquias... y en particular, mediante el fomento y fortalecimiento e integración de la Familia, la familia personal, con los hijos, nietos etc... y después accediendo al ámbito social de nuestra comunidad parroquial y diocesana.
La manera más eficaz, natural y directa de alimentarnos para esta misión es mediante LA VIDA SACRAMENTAL.. y la oración-meditación diaria... para complementar lo anterior, servirán las actividades de oración comuntaria y la intenciones dentro de la fraternidad.
Las reuniones de la fraternidad también tienen la finalidad de equilibrar y compartir nuestros conocimientos y experiencias sobre la vida actual de la Iglesia y de la Congregación... no estamos solos, toda la Iglesia es misionera, y tiene un compromiso pastoral que se revitaliza a cada momento, y nosotros, como seglares estamos obligados a ejercerlo en las más diversas actividades... a veces con el ejemplo, pero a veces con acciones específicas.
Por eso lo que se pretende es crear un MOVIMIENTO, no sólo es una cofradía o una hermandad, se requiere crear estrategias perdurables y acciones profundas que motiven y que irradien el amor. Bienvendos todos a este llamado al laicado marista.

¿QUE ES UNA FRATERNIDAD DE LAICOS MARISTAS?


En pleno siglo XXI, nuestra tendencia es a desaparecer las definiciones perfectas y definitivas, por eso, la importancia de los grupos denominados "fraternidades maristas" no está en su deficnición, sino en la VIVIENCIA que estos grupos son capaces de transmitir para quien se acerca a ellos.

Una identidad más clara para el laicado marista

La expresión “laico marista” o “seglar marista” es nueva en nuestro vocabulario, pero la realidad del laicado comprometido es algo que ha estado entre nosotros desde los tiempos del Padre Champagnat. Lamentablemente, nos ha costado bastante a todos reconocer el fenómeno. Lo mismo que le ha costado a la Iglesia dar nombre y definición a los hombres y mujeres que siguen la vida religiosa, la vida matrimonial o la vida célibe, trabajando y orando juntos unidos por un ideal y un carisma común.

Dejadme que os cuente una historia. Edward Sorin era un sacerdote miembro de la Congregación de la Santa Cruz. Él fue el fundador de una universidad de Estados Unidos conocida como Notre Dame. El centro, famoso hoy sobre todo por su selección de fútbol, debe sus comienzos a la perseverancia, los ingentes esfuerzos y el trabajo físico de Sorin y sus compañeros, que emigraron de Francia llevando en la mente el sueño de levantar una gran universidad en honor de la Bienaventurada Virgen María. Llevaron a cabo su tarea sin tardanza y el centro empezó a florecer.

Pero cierto día infausto, el 23 de abril de 1879 por la mañana, se desató allí un incendio devorador. En pocas horas el edificio principal de la universidad había quedado reducido a cenizas. En aquellos momentos muchos pensaron que las llamas habían consumido no sólo el trabajo material sino también el sueño de Sorin y sus cohermanos.

Pues no fue así. Después de inspeccionar las ruinas y de escuchar los sentimientos de la comunidad universitaria ante la devastación, el veterano sacerdote, de 65 años de edad, invitó a todos a entrar en la capilla, y allí les dirigió la palabra: “Cuando vine aquí, yo era un hombre joven que llegaba a esta tierra con el anhelo de edificar una gran universidad en honor de Nuestra Señora. Pero la hice demasiado pequeña, y Ella ha hecho que ardiera completamente para recordármelo. Así que mañana, en cuanto se hayan enfriado los ladrillos calcinados, la levantaremos de nuevo, más grande y más esplendorosa que nunca.”

¿Quién sino el Espíritu Santo podía ser el inspirador de aquellas palabras y de los hechos que siguieron? A la mañana siguiente, trescientos trabajadores se unieron a Sorin, y se afanaron dieciséis horas diarias, de tal manera que el edificio estaba enteramente reconstruido para la apertura del curso siguiente.

Si el Espíritu Santo se mostró activo en el campus de la Universidad de Notre Dame en aquella primavera de 1879, seguro que también tuvo que ver con los cambios que se produjeron tras el Concilio Vaticano II.

¿Dónde estaba el laicado antes del Concilio?

Desde la Alta Edad Media hasta el Concilio Vaticano II, la mayoría de los fieles aceptaba como cosa natural la escala jerárquica de los tres niveles dentro de la Iglesia, a saber, el estado sacerdotal, el estado religioso y el estado laical. Los que pasamos ya de los cincuenta años, nos acordamos muy bien de los tiempos en que nos enseñaban que el sacerdocio era la “llamada más sublime” en materia de vocación. Después venía la vida consagrada. Comúnmente se admitía que sólo los miembros de las órdenes religiosas, con sus votos, podían alcanzar la perfección espiritual. El estado laical, lamentablemente, se quedaba en un modesto tercer lugar. Muchos seglares, hombres y mujeres, que no habían sido llamados ni al sacerdocio ni a la vida religiosa, se sentían como ciudadanos de segunda categoría dentro de su propia Iglesia.

El Vaticano II echó por tierra este modelo de los tres niveles. Los padres conciliares hicieron esta declaración sobre la vida consagrada: “Este estado, si se atiende a la constitución divina y jerárquica de la Iglesia, no es intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que de uno y otro algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia”.

Mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que, efectivamente, los que participaron en el Concilio afrontaron con decisión la tarea urgente y necesaria de redefinir el verdadero lugar del laicado dentro de la comunidad eclesial. En cambio, no fueron tan afortunados en sus esfuerzos por describir claramente la naturaleza y finalidad de la vida consagrada. El decreto Perfectae Caritatis, que nació de una manera difícil y complicada, se quedó muy corto a la hora de brindar a los religiosos el vigoroso empuje teológico que la Lumen Gentium había dado a los laicos.

Más recientemente, en la exhortación apostólica Vita Consecrata, Juan Pablo II manifestó que cada uno de los estados fundamentales que hay dentro de la Iglesia expresa uno u otro aspecto del misterio de Cristo. Por ejemplo, los laicos asumen el compromiso de asegurar que el mensaje evangélico sea proclamado en la esfera temporal.

Por su parte la vida religiosa, llamada a adoptar el propio estilo de vida de Jesús, tiene, en palabras del Papa, la responsabilidad de testimoniar la santidad del Pueblo de Dios. Ha de proclamar y, en cierto modo anticipar, una edad futura, en la cual el Reino de Dios llegará a su cumplimiento final. Es una expresión más completa de la misión de la Iglesia, a saber, la santificación de la humanidad. Así que, como hemos dicho, los padres conciliares sólo reflejaron dos estados de vida dentro de la estructura de la Iglesia, el sacerdocio y el laicado. Pero la exhortación Vita Consecrata, a pesar de sus limitaciones, volvió a recordar que son tres los que se dan dentro de la comunidad eclesial: el laicado, el sacerdocio y la vida religiosa. A raíz de ese documento, la vida consagrada recuperó su lugar en la Iglesia y encontró de nuevo las herramientas necesarias para comenzar a repensarse a sí misma de cara al nuevo milenio.

Un momento definitorio

El Concilio Vaticano II fue, por tanto, un momento determinante para el laicado católico al igual que para la vida religiosa. La proclamación de la llamada universal a la santidad que resonó en la asamblea estaba dirigida tanto a unos como a otros Por fin había una declaración expresa de que todos los cristianos están bautizados para una misión: la de proclamar el Reino de Dios y su inmanencia. Como resultado de las decisiones tomadas en el Concilio los laicos fueron moviéndose desde la posición de auxiliares a la de plenos asociados a la misión.

Laicado marista

El finado Juan Pablo II tenía la convicción de que la Iglesia de esta era acabaría siendo conocida como la Iglesia del laicado. Suponiendo que estaba en lo cierto, haremos muy bien en preguntarnos cómo podemos trabajar juntos los hermanos y los seglares para llevar mejor a cabo la misión del laicado en la Iglesia y el mundo de hoy.

El laicado marista no es sino una respuesta a esta pregunta. Reconocido más plenamente desde los años posteriores al Concilio, su fundamento descansa en la misión común y en la llamada profética que todos compartimos por el sacramento del bautismo. Pero esta vinculación va mucho más allá de la sola participación en el trabajo común; consiste en compartir la fe y el conjunto de valores comunes, centrados en el amor a Jesús y unidos en la experiencia colectiva de tener a Marcelino Champagnat que gana nuestros corazones y se adueña de nuestra imaginación.

Más aún, la estrecha asociación con los que comparten nuestra vida apostólica es una característica de la identidad marista, y damos así testimonio de que nuestra Iglesia puede tener una eclesiología de comunión. Ese testimonio es hoy más importante que nunca.

Con demasiada frecuencia en el pasado, las acciones de la Iglesia han reflejado una eclesiología basada en el poder y la categoría, verdadera antítesis de los principios evangélicos. Como hombres y mujeres que compartimos un carisma común, estamos llamados a testimoniar con nuestra vida y trabajo que las cosas pueden y deben ser distintas.

A nadie tiene que sorprenderle esto. Como antes he dicho, entre los muchos dones que nos vinieron de la mano del Concilio uno era la constatación de que el carisma del fundador pertenece a la Iglesia y no sólo a los hermanos. Por consiguiente, nuestros seglares hoy son un reto a la noción de que el carisma es un tesoro que pertenece sólo a los hermanos. Cada uno de los miembros del laicado marista tiene su historia personal que contar, ha recorrido su propio itinerario de fe, y cuenta con una experiencia única del fundador y de su espiritualidad.

Si hemos de escuchar esas historias, oír esos relatos de fe, y llegar a apreciar con más plenitud las muchas experiencias de Marcelino y su espiritualidad que se dan alrededor de nosotros, será bueno que compartamos lo que tenemos en común y respetemos las diferencias que hay entre un hermano de Marcelino y un marista seglar.

Diferencias

Hay quien se siente incómodo cuando se habla de distinciones y teme que la palabra “diferencia” pueda llegar a significar más de lo que parece a primera vista y que nos lleve a establecer comparaciones. Y mantienen esta postura no sólo al referirse a los que son o no son laicos asociados sino también cuando se alude a la diferencia entre la vocación de un seglar y la de un hermano.

Pero negarse a ver las diferencias donde realmente las hay, nos priva de la naturaleza única y complementaria de ambas vocaciones, la del hermano y la del laico marista, y mina nuestra capacidad de comprender con claridad la identidad de cada uno.

Las diferencias existen y se ven en la Iglesia en general. Por ejemplo, el Espíritu de Dios inspira una diversidad de vocaciones, carismas y apostolados. La distinción de funciones es propia del modelo orgánico de la Iglesia. San Pablo lo expresaba de esta manera: “El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos”.

La diversidad también se da en la vida religiosa. Y sin embargo nadie sostiene que los institutos cuyos miembros se dedican a la enseñanza sean mejores que los que orientan su apostolado al cuidado de los enfermos. Lo mismo vale cuando nos referimos a institutos religiosos de origen antiguo o moderno, mendicantes, contemplativos, apostólicos, clericales, laicales, o mixtos.

Al discutir sobre las semejanzas y diferencias que hay entre los Hermanos de Marcelino y los seglares maristas, es preciso que acojamos no sólo lo que compartimos en común, sino también las cosas en que diferimos.

Corresponsabilidad

Para impulsar el laicado marista hoy tenemos que ser hermanos entre nosotros y con los que participan en nuestra misión. Lo cual nos lleva a escucharnos y aprender los unos de los otros, compartir nuestra herencia espiritual y apostólica, y fomentar la actitud de cooperación.

Por lo tanto, cuando hablamos de “nuestros” apostolados , nos estamos refiriendo a una estrecha vinculación entre los hermanos de Marcelino y el laicado marista. Ya es hora de que demos un paso adelante, y en lugar de a invitar a los seglares a que nos ayuden en la tarea lleguemos por fin a considerarlos verdaderos corresponsables de ella.

No son pocas las Provincias en las que, en estos últimos años, algunos laicos, tanto hombres como mujeres, han asumido puestos de responsabilidad en ese trabajo. Nosotros los hermanos estamos llamados a prestarles nuestro apoyo mediante una formación marista, con el testimonio de nuestra vida religiosa, y con el impulso de nuestros valores apostólicos. Al acompañar a los laicos para sigan más plenamente su llamada personal en la vida, seremos más conscientes de la gracia de nuestra propia vocación como hermanos.

Planificación futura

Cada vez en mayor medida, nuestros compañeros en la escuela y en otros campos, los ex alumnos, los que fueron miembros comprometidos del Instituto durante un tiempo junto con sus familias, los hombres y mujeres que pertenecen al Movimiento Champagnat de la Familia Marista, los voluntarios seglares, nuestros estudiantes, y otros muchos, están redescubriendo la espiritualidad de Marcelino. El hecho de que haya tantos que siguen encontrando en esa espiritualidad una fuente de inspiración, testifica su continua vitalidad y la fuerza que tiene para animar nuestros apostolados.

Hoy, sin embargo, podemos dar un paso más allá empezando a establecer redes entre los que llevan a cabo un apostolado marista. Ya se trate de la educación en un centro escolar, o el desarrollo de un plan de alfabetización entre marginados, o la labor con los niños de la calle, o la enseñanza del catecismo, o la participación en cualquier otra tarea marista, esa red proporcionaría a todos los que tienen esa vinculación un gran apoyo personal y espiritual.

La forma de estas redes maristas variará dependiendo de los lugares. Llegar a conseguir el modelo más adecuado exigirá amplia consulta, debate sincero y una cuidadosa toma de decisiones, pero estoy convencido de que la existencia de dicho modelo nos ayudará a contribuir con una peculiar aportación marista peculiarmente marista a la nueva evangelización de los jóvenes que ahora estamos emprendiendo.

Así que, pongámonos en pie y a caminar. No me imagino un tiempo mejor en la historia para vivir, ni una época más interesante en nuestra Iglesia que ésta. Tenemos que contemplar el mundo con la mirada de aquel sencillo cura de aldea y padre marista que fue nuestro Fundador. Mientras otros se preguntaban por qué las ideas innovadoras que ellos tenían no llegaban a realizarse, él en cambio soñaba y asumía todos los riesgos para llevar esos sueños a la vida. Que Dios os bendiga a todos. Y que María y Marcelino sean vuestros compañeros ahora y siempre

Seán D. Sammon, FMS