domingo, 5 de septiembre de 2010

¿QUE SUCEDE CON LOS HERMANOS RETIRADOS?

SEGUIR A MARCELINO,
Hermanos Maristas retirados y su vocación laica

Pertenezco desde hace varios años a diversos grupos de encuentro formados por compañeros que algún día vivimos en las casas de formación, vestimos los hábitos o incluso profesamos como maristas y que nos retiramos en su oportunidad y que tenemos, a pesar de que en su mayoría hemos creado nuestro propio estilo de vida, sea en la formación de una nueva familia, en la vida sacerdotal o en el celibato (o soltería empedernida), una serie de rasgos que nos hermanan y nos ligan a ese maravilloso estilo de Marcelino, que finalmente lleva al seguimiento de Cristo.

Como el grano de trigo que al morir da mil frutos, la semilla depositada en aquellos entusiastas corazones, que un día abrazaron la vida religiosa y vieron truncados sus anhelos de servicio dentro del Instituto Marista, en la mayoría de los casos ha florecido y ha dado el ciento por uno en el derrotero de la vida que el Señor les tenía destinada a cada cual.

Asistimos así a un verdadero fenómeno eclesial, y a un verdadero misterio de la propagación del Evangelio a través de estructuras a veces muy difíciles de identificar. Es un hecho que al abandonar la estructura de la comunidad marista, el mensaje del Evangelio, y en particular la interpretación marista, hecha por Marcelino, han llegado por este proceso a muy diversos ambientes y han impregnado de su esencia los más increíbles ámbitos.

Se distinguen varios fenómenos dignos de analizar y de redimir. Estoy convencido de la importancia que tiene el cúmulo de experiencias y sobre todo de vivencias que atesora cada una de las historias personales de todos nosotros, los “ex frailes” (jamás ex maristas), y más aún, estoy plenamente seguro de que todavía no se ha podido identificar y aprovechar el potencial y la riqueza de toda esa actividad realizada por los hermanos y compañeros retirados y que verdaderamente han encontrado su verdadera vocación cristiana fuera del Instituto, y que habría resultado imposible sin esos años de juventud en los que se forjaron los valores, se establecieron los ideales y se marcaron con tinta indeleble en nuestro corazón los colores de la fraternidad marista; auténtica vocación seglar que también se podría haber perdido, quedando dentro de una estructura que no nos correspondía.

En las presentes líneas me permito hacer un análisis de estos fenómenos.

Descubro en primer lugar muy diversas actitudes entre los que salimos del Instituto. Es necesario e indispensable asumir estas diferencias, para poder construir y avanzar como una comunidad nueva en busca de la Voluntad de Dios.

En particular, para los que deseamos fortalecer y reivindicar este grupo y convertirlo en un auténtico movimiento de servicio a la Iglesia, es fundamental aceptar en toda su plenitud a todos y cada uno de los compañeros y entender que su motivación personal es válida y respetable y que el único camino para unirnos, es aceptándonos en las condiciones actuales, mirando hacia el futuro y sin cortapisas.

El grupo de los que no quieren saber nada

En un primer grupo hay muchos que dicen abiertamente no querer saber nada más en su vida de todo aquello que tenga que ver con la vida religiosa marista…

No debemos juzgar a estos compañeros que han atravesado profundas crisis, sólo ellos conocen en el fondo de su corazón el verdadero significado de su propia experiencia y si hoy no quieren saber nada del mundo marista es no solo por una razón válida, sino por una convicción personal.

El grupo de los indiferentes

Otro grupo es el de los escépticos, si bien aceptan la posibilidad de una sana convivencia en el presente, se rehúsan a creer que pueda ser posible una actividad que realmente valga la pena más allá del reencuentro superficial con los viejos camaradas.

El grupo de los reconciliados con la amistad

Una tercera actitud está en la mayoría de nosotros y tiene que ver con la aceptación gustosa de todo aquello que tenga que ver con los aspectos emotivos, las remembranzas de anécdotas, el reencuentro con los viejos amigos, la camaradería y el hallazgo de gente que compartió y que entiende una parte de la historia de nuestra vida, y si aceptan compartir es por el gusto de recordar y de revivir agradables aspectos del pasado, en ocasiones quieren reafirmar su imagen, o incluso restablecer antiguas amistades y buscan tener oportunidad de orar y de sentir la presencia de Dios. Viven intensamente los momentos de las convivencias como un oasis, donde la fantasía del recuerdo se vuelve realidad, y por un momento, el pasado vuelve a cobrar vida y color, la sangre circula por las venas y en esas viejas amistades profundas e imperecederas, ven el reflejo de un pasado lleno de luz, llenan su corazón de entusiasmo y juventud, ”se recargan las pilas”

Desean saber noticias de los amigos o de los hermanos y de las nuevas obras, tanto de los hermanos como de los compañeros, para estar enterados, para sentirse actualizados,


Entre los pertenecientes a estos grupos, no se perdona la foto del recuerdo, el brindis, algún discurso elocuente y el canto de la salve. En todos estos signos se materializa y se reaviva ese aspecto emotivo, vivificante que “vuelve a llenar el tanque de gasolina” y que motiva a seguir adelante.

Otra forma de clasificación

Antes de proseguir debe acotarse tres grandes grupos o categorías que se empalman con las actitudes anteriores:
- aquellos compañeros que tarde que temprano fueron a parar sirviendo en los colegios maristas
- los que definitivamente cortaron el cordón umbilical y se decidieron a emprender nuevas rutas en busca de nuevos derroteros…totalmente al margen del sistema educativo marista, sea trabajando en otros colegios, fundando sus propios colegios o bien
- incursionando en otro tipo de actividades profesionales


También encontramos casos de presbíteros y diáconos, consagrados antes a la vida religiosa y que ahora abrazan la función ministerial dentro de la Iglesia, encontramos que esta es una minoría.


El matrimonio cristiano es finalmente el estado de vida que normalmente todos abrazamos. La realidad de la elección y el encuentro con la compañera de nuestra vida, la presencia de los hijos y las nuevas y maravillosas obligaciones de la paternidad, son experiencias que definitivamente todos encontramos de manera independiente y en un ambiente ajeno al Instituto. En muchos casos, la recepción del sacramento, nos marca definitivamente el nuevo derrotero y nos conduce directa y obligatoriamente a un nuevo estilo de vida como cristianos.

El aspecto positivo es que este cúmulo de experiencias, únicas y exclusivas de quienes aceptaron el reto de volver a iniciar con un nuevo estilo de vida, nos hace más fuertes y más sabios, más humildes y más respetuosos del esfuerzo de los demás; poca gente tiene la oportunidad de abrirse paso por sí mismo cuando se enfrenta en la madurez a un mundo nuevo. Lamentablemente, por otro lado hermanos hay que perseveran dentro de la duda que les quema la entrañas y que viven de manera mediocre un compromiso impuesto más por la conveniencia que por el aplomo y la confianza en Dios.

La diversidad en la unidad

Recordando la infinidad de historias personales entre toda esta comunidad de los que vivimos un día bajo el techo marista y que hoy nos unimos con el común denominador de ser “los que nos hemos retirado”, también encontramos una gran diversidad en el aspecto estrictamente histórico. No es lo mismo la experiencia religiosa que pudo tener un “junior” que permaneció sólo dos o tres años en la secundaria, a un hermano profeso que se retiró teniendo votos perpetuos… No pueden tener las mismas vivencias aquellos que tuvieron la experiencia de vivir en comunidades, al frente de un salón de clase, a los que sólo llegaron al postulantado o noviciado. No es lo mismo hablar con aquellos que vivieron su formación como religiosos en los años anteriores al concilio Vaticano II que los que la vivieron en los tiempos postconciliares o los que vivieron el antes y el después del Concilio. Los que llegaron a cursar incluso la carrera completa de Teología a los que toda su instrucción se basó en pláticas sobre la historia del Instituto y la vida de San Marcelino…

Sin embargo un fenómeno se da, sin lugar a dudas, y es que independientemente de la época, la instrucción, las vivencias o los formadores en turno: todos reconocemos una única raíz y una misma formación que tiene rasgos y características únicas y perfectamente identificables… la mayor de ellas es sin duda la fraternidad, una fraternidad que se finca sobre los principios de la unidad, la igualdad, la solidaridad, la modestia y la sencillez: por otra parte una disciplina sólida y un gran amor por el trabajo, la inclinación natural a ser buenos profesores, excelentes amigos y personas con iniciativa y responsabilidad. En el aspecto religioso, todos tenemos en común el seguimiento a las enseñanzas del Evangelio, donde Cristo ocupa el centro de nuestra fe, el amor a Nuestra Buena Madre, como modelo e intercesora y asumimos además veneración y respeto por nuestro Marcelino, la mayoría frecuentamos los sacramentos y cumplimos con nuestros deberes religiosos convencionales.

Todo lo anterior redunda para nosotros en aquella meta del fundador de formar “buenos cristianos y virtuosos ciudadanos”, pero sobre todo nos permite con una extraordinaria facilidad sintonizar entre nosotros, armar equipos y trabajar unidos cuando se nos presentan objetivos claros que apunten hacia la construcción del Reino de Dios.

La quinta actitud

Es muy difícil definir en medio del sustrato de esas cuatro actitudes antes descritas, de la diversidad histórica y el amplio abanico de las actividades que hoy nos permiten sobrevivir, una realidad que se vuelve intangible en el momento de tratarla de atrapar y es la que se refiere a lo que yo llamo “la quinta actitud”… me refiero precisamente a todo ese deseo profundo de asumir la realidad actual y de redescubrir en ella, la presencia y la voluntad de Dios.

Lo maravilloso es que en esa actitud, en esta realidad, viven y están presentes todos esos compañeros que buscan como nosotros mismos en lo particular, referencias, para confirmar que el camino que hemos tomado es válido, que buscan la amistad profunda, que renuevan el compromiso cristiano y que siguen amando con toda lozanía y entereza, desde sus propias trincheras, el estilo de vida de Marcelino.

La quinta actitud es pues, seguir a Marcelino… y no porque se pudiera tener la ilusión de que nuestra vida actual tratara de interpretarse como una forma de vida religiosa… por el contrario, nuestra vida actual demuestra que la vida laica, totalmente inmersa en la cotidianeidad de la vida diaria, común y corriente, difícil de diferenciar de la de cualquier otro padre de familia, compañero de trabajo, vecino o conocido, puede llevarse a cabo sin perder los elementos básicos de la formación cristiana y que no dejan de asociarse al espíritu, la manera, el estilo y la forma de Champagnat.

Quiero hacer énfasis en diferenciar con toda claridad la enorme distancia entre la espiritualidad de San Marcelino y el quehacer de los hermanos maristas.

La espiritualidad de San Marcelino es universal, orientada fundamentalmente al servicio de la Iglesia y tiene por objeto seguir a Cristo bajo el modelo de María. Por otra parte, los hermanitos de María fueron fundados para desarrollar un trabajo específico, que es la educación cristiana (integral) de la juventud, formando para ello, una gran familia de hombres consagrados (bajo el esquema de los tres votos) y que viven en pequeñas comunidades de acuerdo a las necesidades del apostolado.

Por supuesto que los hermanos tienen entre su acervo más importante la esencia del espíritu que el padre Champagnat quiso infundir en la congregación que él fundó… sin embargo al analizar y desagregar los elementos que constituyen esa “espiritualidad”, tenemos que enfrentarnos con una realidad, en donde encontramos factores que no necesariamente tienen que estar asociados con la vida religiosa tal como la concebimos en nuestros días, y que pueden seguir perfectamente todos los laicos.

Elementos que a través de sus propias vivencias, esta generación de ex hermanos ha tenido que rescatar personalmente y hacer suyos para poder sobrevivir como cristianos…

Para Marcelino, y los hermanos de su tiempo, por supuesto que constituía una misma cosa, una sola entidad de vida y un compromiso único su trabajo su vida y su oración, donde la pobreza, el espíritu de servicio, el espíritu fraterno y la enseñanza de la religión y de las primeras letras cobraba una importancia tan real y definitiva, que constituía el sentido de su existencia…

El dia de hoy, vivimos un mundo disgregado, des agregado, disperso, donde por cinco minutos vivimos el papel de profesionistas, por cinco minutos el de esposos, por cinco el de padres de familia o de maestros, etcétera, en este panorama, todas estas piezas o elementos de la espiritualidad de Marcelino se convierten en herramientas que nos ayudan a darle coherencia a nuestra vida. Es necesario recuperar los valores esenciales, que permitan dar continuidad a nuestra propia existencia cotidiana adentro y afuera de la Congregación

No podemos dejar atrás esa formación marista, pero tampoco podemos aferrarnos a la condición de la estructura religiosa. Tampoco podemos ser “hermanos” por unos cuantos momentos, durante el tiempo que duran las reuniones o convivencias, o sólo cinco minutos al día si es que acostumbramos un rato de oración directa.

Al igual que la diáspora de los judíos alemanes en tiempo del nazismo, permitió el redescubrimiento de la identidad de los auténticos valores judíos en las nuevas comunidades formadas en el resto de Europa, en América y en todo el mundo, la tremenda exfoliación a la que dio origen el Concilio Eucuménico en el seno de la Iglesia Católica, la hégira de los claustros y conventos, ha provocado el replanteamiento de la vida cristiana laica.

La Iglesia de todo el mundo, y no puede ser la excepción, la Congregación Marista, ha vuelto los ojos a la función de los laicos, como la materia prima con la que se construye la Iglesia.


Hacia un nuevo concepto del laicado

La mayoría de nosotros conservamos un esquema en el que pensamos que los laicos son el selecto grupo de las amistades privadas de los presbíteros… y en el ambiente escolar de los colegios maristas, etiquetamos con las palabras de “seglares” a los profesores externos y a un selecto grupo de entre los padres de familia que se acercan a colaborar en algunas actividades de pastoral o de promoción escolar.

Al hablar de que la Iglesia necesita de los laicos, y que la Congregación promueve la acción de los laicos, asociamos automáticamente en nuestra imaginación a un grupo de personas que “ayuden” a los hermanos o al clero a realizar “sus” tareas específicas… Pensamos en el “club de los amigos de los frailes o los curas”… pero que no dejan de ser de segunda categoría frente a los ministros y los religiosos consagrados. Caricaturizamos a las “damas de la vela perpetua”, a los “caballerangos de colon” o a un grupo de catequistas a go go que cotorrean todos los sábados buscando novio…

Lo anterior provoca una división en el seno de la Iglesia. Una clasificación arbitraria que nada ayuda a construir el Reino, porque crea una distinción entre los que pertenecen al “club” y los cristianos de la tropa. Los que colaboran con las “sagradas” funciones de los consagrados y los que realizamos tareas ordinarias, que nada tienen que ver con la construcción del Reino. Es preciso cambiar esa actitud.

Si la Iglesia es la comunidad de todos los que han sido bautizados, debemos entender que la Iglesia es fundamentalmente laica… el clero y las comunidades religiosas no dejan por ningún momento de ser esencialmente laicos, su consagración y su modo de vida al servicio de la gran comunidad del pueblo de Dios, los coloca en un mayor nivel de compromiso de servicio, compromiso que nace de su conciencia de estar bautizados y de ser laicos… la estructura del clero y de las familias religiosas permiten una organización más eficaz y una representatividad ante la sociedad civil pero no pierden su calidad esencial siendo laicos.

Sólo por convención aceptamos el uso de la palabra “laico” o “seglar”, para diferenciar entre aquellos católicos destinados al ministerio o a la vida religiosa de servicio y los católicos que edifican estructuras sociales de justicia, unidad y armonía y amor en el mundo -comenzando por trabajar en la formación e integración de la familia- , al margen de la organización clerical.

Privilegio y compromiso

Por lo anterior, al abandonar la estructura de las familias religiosas, todos los ex frailes, pueden abrazar con plena libertad su carácter laical, nuestra formación nos coloca en un papel privilegiado y una responsabilidad social ineludible. Nuestro laicado, que brota de nuestro bautismo y de nuestra asidua vida sacramental, cobra una dimensión evidentemente profética al integrarse en las estructuras ordinarias de la comunidad seglar, gracias a los dones recibidos en nuestra formación.

Lo anterior nos obliga a replantear para la vida diaria en una estructura ajena a la comunidad religiosa marista, los elementos que dan vida a nuestro cristianismo, al estilo propio, es decir, al estilo que la formación que un día recibimos, nos induce a vivir en plenitud nuestro bautismo.

Seguir a Marcelino no puede dejar de ser prioritario en nuestra vida. Y es necesario retomar los aspectos que puedan constituir los puntales de esta nueva estructura de vida espiritual fuera de la organización marista. No se trata de apuntalar o reforzar las estructuras creadas por y para la institución marista… El Instituto tiene sus propios soportes sus propias metas y objetivos y hasta sus propias crisis y sus propios instrumentos para seguir y desarrollar el carisma a él encomendado y sus miembros deben ser respetados y apoyados pero nunca interceptados.

Los maristas retirados debemos apuntalar nuestro propio desarrollo, (sea en lo personal o en la identificación con cualquier tipo de grupo, movimiento o asociación), al margen de la gran institución religiosa marista.

Es importante resaltar que no se trata de crear una rivalidad sino de asumir una forma alternativa específica y motivada directamente con la inspiración del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, directamente enfocada a nuestra propia condición de “retirados”, en el aquí y el ahora de lo que nos ha tocado vivir y de la enorme responsabilidad que tenemos en nuestras manos, originada en nuestra trayectoria personal. Dios nos ha colocado donde desea que demos fruto.

Nuestro estilo de vida corresponde a una enorme diversidad de acción, a una absoluta madurez en los propósitos y las metas, a una irrestricta independencia en los proyectos personales, pero a la vez establece una red espiritual más contundente y sólida que tiene por objeto seguir las enseñanzas de Marcelino aplicadas a nuestra vida diaria, y que se refleja en el encuentro y solidaridad con el compañero y el amigo que se encuentra en nuestras mismas condiciones. En eso consiste la esencia de ser Laico Marista, en aplicar la Caridad Cristiana, al estilo de Marcelino en proyectos concretos y específicos que pongan de manifiesto el Amor a Cristo, nuestra fé, y hagan presente la vida del mundo futuro, construyendo el Reino de Dios.

Por difícil que sea decirlo, todos aquellos hermanos retirados que continúan al servicio de la organización del Instituto Marista, o de cualquier instituto religioso, deben cobrar conciencia de su verdadera identidad como laicos, antes que maristas: en primer lugar cristianos comprometidos, sin olvidar su carácter de hombres libres.

Para muchos, que perseveran en las actividades pedagógicas o administrativas de algún plantel marista o no, debemos recordar que son servidores temporales, empleados, asalariados o patrones, sometidos a un contrato laboral que deben honrar como cualquier profesionista y frente a las instituciones, exigir sus derechos y cumplir sus obligaciones conforme a la ley. Esto se aplica a cualquier tipo de actividad profesional en cualquier ámbito. Y es precisamente el medio para que podamos desarrollarnos como personas y a través de nuestro trabajo colaborar en la construcción del Reino.

Bajo esta perspectiva, no debemos olvidar que mientras para un hermano (o religioso) lo fundamental es la vida comunitaria y las obras de su Instituto, para nosotros en nuestra vida actual, lo más importante es el bienestar de nuestra familia y los grandes proyectos que emanan de nuestra relación de pareja y de la educación y desarrollo de nuestros hijos en el marco de la función de la familia dentro de la Iglesia.

Obedecemos como cualquier otro cristiano directamente a la autoridad de nuestros señores obispos a través de las indicaciones de nuestro párroco… participamos en Iglesia y como tales, llevamos una actitud positiva frente a nuestras fuentes de trabajo, familias, proyectos y actividades apostólicas, en su caso.

No estamos solos

El grupo de los “hermanos retirados” aunque es de hecho un fenómeno muy especial, no representa por supuesto a la gran comunidad de fieles cristianos que han tomado a Marcelino como su guía espiritual. Miles de alumnos, padres de familia y profesores de los colegios, familiares y personas que accidentalmente han conocido la vida y obra de Champagnat han moldeado su vida bajo sus directrices sin necesidad de abrazar el hábito religioso.

Estimar que fuera del Instituto los hermanos retirados somos los únicos o los poseedores de toda la herencia de nuestro querido padre Marcelino, sería demasiado arrogante y limitativo.

Los mismos hermanos tienen entre sus consignas muy específicas el integrar a estas comunidades de fieles que desean como nosotros, preservar el espíritu del carisma de Marcelino y llevarlo hasta sus últimas consecuencias dentro de su vida laica. El Espíritu sopla donde quiere y en la actualidad encontramos en todo el mundo a cientos o miles de hombres y mujeres comprometidos con este estilo particular de vida.

Es el momento de integrarnos a este movimiento internacional y buscar los esquemas más adecuados para poder sumar fuerzas, poniendo a la disposición de los que ya han caminado en este sendero, todas nuestras energías. No podemos sentirnos aislados ni manejarnos por los atajos de las prerrogativas históricas que a veces parece que nos cautivan o que pretendieran ponernos en una condición especial. El hecho de haber tenido la oportunidad de beber directamente de la fuente, lejos de hacernos diferentes, nos compromete a asumir una gran responsabilidad frente a nuestros compañeros seglares seguidores de Marcelino.


Es precisamente por esto que hemos intentado iniciar este trabajo describiendo las diversas actitudes que polarizan y que dispersan nuestras voluntades y nuestras acciones… “yo soy del grupo de fulano” “yo pertenezco a la generación de zutano”, “yo soy del grupo que se reúne en tal o cual ciudad o tal y cual fecha”… basta ya de detenernos en la visión del árbol cuando podemos ver el enorme horizonte del bosque a nuestros pies.

La quinta actitud, ese deseo profundo de asumir la realidad actual y de redescubrir en ella, la presencia y la voluntad de Dios para los que deseamos fortalecer y reivindicar este grupo de hermanos retirados y convertirlo en un auténtico movimiento de servicio a la Iglesia, debe convertirse en una fraternidad real, abierta y dinámica

Esta fraternidad debe construir sus propios canales de comunicación, definir objetivos concretos, proponer métodos de trabajo y auto evaluación y por supuesto trabajar en proyectos específicos muy por encima de los intereses personales o los sueños de cada uno de nosotros. Debe partir de la convicción personal, del encuentro con Dios a través de nuestros viejos hermanos, de una vida sacramental en la que el matrimonio, la reconciliación y la eucaristía formen parte fundamental de nuestra vida diaria.

Lo anterior permitirá establecer una red espiritual más contundente y sólida y que tenga por objeto seguir las enseñanzas de Marcelino aplicadas a nuestra vida diaria.